20080324

Ironía


Entonces, ¿aún crees en fantasmas? - la voz burlona de Sofie me incomodaba de sobremanera.

No es que crea en fantasmas - repliqué casi de inmediato - es que no hay explicación lógica para esto.

Sofie y yo fuimos los primeros en llegar al templo; nuestros vestidos de monaguillo estaban salpicados por venir corriendo bajo el aguacero. Debido a la confianza que el capellán tenía en nosotros, las llaves de la sacristía eran parte habitual de nuestro cargamento. Ese día inesperadamente endontramos todo revuelto y tirado al suelo. La noche anterior al partir, todo estaba en orden y ahora, era un mar de vidrios y santos en el suelo.

Nuestro espíritu de investigadores y fantasías de espías nos hicieron recorrer el lugar buscando por alguna ventana rota o por evidencia de ladrones y fugitivos. No hallamos nada; a pesar de que a nuestros ojos, observamos cada centímetro del templo.

Cuando regresamos a la sacristía todo estaba en su lugar; los vidrios y pedacería de objetos que minutos antes estaban regados ahora estaban tal como la noche anterior, enteros. Las imágenes caídas seguían observandonos en sus puestos.

¡Fantasmas! - exclamé al tiempo que sentía un escalofrío en mi cuerpo.

Sofie incrédula como siempre, replicó que se trataba de alguna broma de los otros niños.

Tu sabes, así son los chiquillos - exclamaba ella con la naturalidad y soberbia que le daba la adolescencia.

Pero algo no era habitual; a estas alturas, el resto de los niños habrían aparecido. El tiempo de algún modo se había detenido y el ruido había cesado. Por minutos que parecieron horas, Sofie y yo solo estabamos sentados y esperando sin sentido que alguien apareciera.

Escuchamos llantos y mi miedo creció más que antes. Si nadie había abierto el templo, ¿quién lloraba ahora?. Incluso Sofie dejó escapar una mirada de temor ante tales sonidos. Casi a rastras Sofie me llevó al atrio a ver que sucedía. Mientras caminabamos solo alcancé a ver la imágen de un ángel que de rojo se teñía.

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Sofie reía, yo solo alcanzaba a meditar en que no podía ser posible tanta ironía. Nos tomó un tiempo en advertir que la realidad no era la que suponíamos. Que el día que llegamos a la sacristía en verdad había quien en el templo se escondía. Él nos encontró antes. Ahora sí podía creer en fantasmas.

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Sí, esta también la saqué de otro sitio. Suelo escribir al vuelo y en rara ocasión guardo lo que escribo en otros sitios. Esta es una de esas raras ocasiones.

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